Dicen que siempre debemos darte las gracias por todo, sea bueno o malo, así que te agradezco por la semana de mierda que nos diste… ¡Perdón! Me corrijo. Mis días fueron un asco. No sé cómo estuvieron los de la mayoría. Así que solo voy a hablar de la semana de mierda que YO tuve.
Como te iba diciendo; tremenda semana de porquería y encima creo que estoy perdiendo el juicio. ¡Lo que faltaba!
De chiquita, el fracaso se hizo carne y me bautizó con un escupitajo. Todo lo que intento hacer sale del carajo. De no creer es. Ya ni siquiera puedo escribir para desahogarme. Todavía tengo mi blog, pero está más abandonado que promesa de político después de la victoria.
Pasa que, llegan las ideas, pero al ponerme frente a un cuaderno o a mi celular, me quedo en blanco. ¡Y yo creyendo que al menos para escribir iba a servir! ¡Bloqueo de mierda! No sé qué va a ser de mí en el concurso de octubre, así que si tenés ganas de obrar un milagro, soy una buena opción ahora mismo.
¡Pero qué estupidez acabo de pedir! ¿Sabés qué? No me hagas caso. Soy virgen. Puede que el milagro salga mal. Algo se me va a ocurrir para romper el bloqueo y participar como cada año. ¡Tremenda tradición que me mandé!
Te pido perdón por no haberme reportado contigo en estos días. Hecha polvo estoy. Todo se me juntó de golpe. Sigo acá por algún giro misterioso de la vida que espero comprender en algún momento.
Ya no tengo trabajo. Renuncié. ¿Qué pasa con la gente? Maltratando y humillando; aprovechándose de la necesidad de otros. Encima era la primera vez que me sentía útil, que estaba haciendo las cosas bien y me salen con tremenda cagada.
Imagínate que te amenacen con dejarte sin trabajo por ser fea. Desde chiquita me han alimentado con la idea de que había otras nenas más lindas que yo, que nadie me iba a querer. Todos los días me peleo con esos comentarios del pasado. Aprovechan cualquier oportunidad para aparecer como recuerdos que me susurran al oído con las voces de mis hermanos y antiguos compañeros de escuela.
Mi cabeza es el campo de batalla donde mi voz es la única arma que tengo. Grito con fuerza que eso no importa, no me afecta y así hasta distraerme con cualquier otro pensamiento que aparece en medio de la pelea contra mis fantasmas.
A los 15 tuve la ocurrencia de mirarme al espejo el tiempo suficiente, antes de ir al colegio. No era una belleza, pero no era fea. Me tomó mucho convencerme de que podía ser linda cuando quisiera y así llegué hasta los 26 años que tengo ahora, un poco más segura de mi aspecto; para que venga una encargada de pacotilla a tirar todo lo que logré, sola y con esfuerzo, por el piso. Que mis cejas son feas, que mi cabello es feo, que mis pestañas son cortas… ¡Dios mío!
No sabía que para contar mercaderías, cargar heladeras y limpiar baños había que verse como una Miss. Me amenazó y me maquilló. Hizo de mi cara un desastre y me sacó así, a trabajar, mientras ella se reía en el pasillo. Nadie debería soportar ningún tipo de abuso así que, después calmarme en el baño, renuncié.
¡Lo que me había costado calmar la ansiedad! El alboroto en mi cabeza regresó. Mis fantasmas aparecen de repente, especialmente por la noche, como ahora. En algún lugar de mi mente; manifiestan su preocupación acerca de cómo mi presente no apunta hacia ningún futuro prometedor. Necesito soluciones, no que me llenen de pánico por lo incierto de mi vida, pero ellos siguen ahí, con su escándalo al pedo.
Les conté a mamá y a papá. Al principio dijeron estar de acuerdo con mi decisión, pero ambos sabemos cómo es mi papá. Dice una cosa y al minuto cambia su versión, te destroza con palabras y sigue como si nada. No fue diferente esta vez. Una cree que ya está acostumbrada a esa personalidad de mierda, pero no es así.
No está de más decir que una cobra escupidora lanza menos veneno que él.
Recuerda, mi Señor, que ese trabajo lo conseguí con un poco de ayuda de papá, quien colocó los pisos del local cuando estaba en construcción. Llevó mi currículum y le entregó al dueño mismo, según me contó. Esta mañana le escuché decir que debí aguantar más y que le hice pasar vergüenza.
Le importa más la opinión de alguien, que ni recuerda su nombre, que mi integridad y bienestar. La frustración que sentí fue impresionante. Y mis fantasmas otra vez, repitiendo cada cosa mala que había escuchado sobre mí a lo largo de mi existencia. No importa cuánto me esfuerce ni cuánto doy de mí para hacer bien las cosas. Nunca es suficiente.
Cuando me di cuenta de eso, decidí suicidarme.
Planeé todo con cuidado durante la siesta, para no fracasar, al menos, en mi muerte. Me senté sobre una piedra al fondo del patio. Miré por un buen rato el pomelo, con una piola en la mano. Tenía una rama que apuntaba a un costado, como un brazo estirado. Estaba revisando si me iba a servir y fue entonces cuando lo vi.
Creo que era hombre, no sé, de traje, sentado en el borde del techo de losa. Me miraba sin decir nada y me dio miedo, porque no era como las veces donde veía sombras moverse por la casa. Siempre creí que eso pasaba por girar la cabeza muy rápido. Pero él seguía allí, sin que yo moviera un músculo.
Mamá salió al patio y me vio. Me preguntó qué hacía y miró al techo, intentando ver lo que yo veía, pero no mostró ninguna reacción por la persona en cuestión que estaba en el borde. Le dije que nada y regresó por donde vino.
Perdí la razón, mi Señor. Si a Nietzche lo trataron de loco por mostrar compasión hacia un caballo, a mí me señalarían por ver gente que no está ahí. Vi que agitaba los pies descalzos en el aire, mientras miraba una hoja de papel. Hablaba, pero no presté atención a sus palabras. Estaba ocupada intentando evitar mi posible colapso mental. Lo único que alcancé a escuchar de él fue lo “hará mejor con el tiempo”, con voz amigable, y dejó caer el papel.
Desapareció en lo que me distraje con el papel cayendo. Corriendo, agarré del suelo, como si alguien más me lo fuera a quitar. Era un dibujo que me regaló mi sobrina hace mucho, cuando se supo capaz de sostener un lápiz. Lloré apenas lo vi. Sentí mucha vergüenza por olvidarme un instante de Pilarcita, que hacía tiempo se había convertido en mi razón de existir. ¡Pobrecita! Tiene nueve años y ya se siente sola.
Nos comprendemos como si ya nos conociéramos de otra vida. Es difícil de explicar, mi Señor. Supe de su existencia mucho antes de que mi hermana comentara su embarazo. Creo que por eso nos llevamos tan bien. Tenemos una especie de conexión. Encima es igualita a mí; como si fuera la reencarnación de mi yo pequeña.
Ambas nos sentimos solas a pesar de tener amigos que nos quieren. Cuando viene a casa, juntamos nuestras soledades y las dejamos en algún rincón, para que nos vean jugar y se mantengan al margen en esos momentos de paz.
Sigo sin saber cómo llegó el dibujo a manos de aquel extraño. Guardo en una caja de zapatos todos los dibujos y regalitos que me ha hecho Pilarcita desde los tres años. La caja está muy bien escondida, ni mamá sabe que existe.
Te soy sincera, mi Señor. Siento que perdí el juicio, pero el dibujo no llegó allí solo y yo no lo saqué de su lugar. Me desespera no saber cómo explicar lo sucedido y más desesperada me siento ahora que el tipo éste volvió. Desde hace rato que está sentado en la silla que tengo cerca de la cama. Sacó la caja y se puso a revisar todo lo que tenía. Llamé a mi papá con cualquier excusa, para ver su reacción y sacar conclusiones después. Pero papá tampoco lo vio y se fue.
Sé que contigo de mi lado no tengo nada que temer, pero soy un ser humano y tengo miedo. No me ha tocado un cabello, creo que no tiene intenciones de hacerlo pero su presencia me pone nerviosa porque sé que nadie más lo ve. Creo que él también lo sabe, por eso que sonríe mucho. ¡Se divierte el maldito!
Apagué la luz y me acosté, después de ver que tuvo la decencia de guardar la caja en su lugar. Tuve la esperanza de que se iba a ir, no sé de dónde habré sacado esa idea tan absurda, pero como ya te imaginarás, sigue allí sentado. Veo su silueta en la oscuridad, también el brillo de sus ojos. Me está mirando todavía y, para ponerle la cereza a esta torta de lo irracional, creo que está escuchando nuestra conversación, extraño diálogo donde yo nomás hablo y quién sabe si me escuchás. Igual, no me permito dudar de vos. La fe es grande, tan grande que comienzo a pensar que todo esto es cosa tuya, para evitarme una muerte de lo más patética.
Capaz y la rama se rompía con mi peso. No soy una gorda enorme, pero un palo tampoco.
Así que te estoy agradecida, mi Señor, por la semana de mierda y por haberme abierto los ojos en medio de tanto desastre emocional. Sé que no soy la más fuerte, siento que me voy apagando, pero por Pilarcita soy capaz de echarle gasolina a la llamita de la vida que todavía me queda, para que no se apague y siga resistiendo.
Por mí no te preocupes. Lo que no es real, no lastima ¿verdad? No sé si, al despertar mañana, él siga en esa silla, pero si lo veo otra vez, haré lo posible por ignorarlo y no responder a ninguna de sus palabras como lo vengo haciendo desde que apareció. Espero poder disimular lo suficiente para que se aburra y desaparezca por su cuenta, antes de que alguien en mi entorno empiece a sospechar de la locura que, al parecer, padezco.
Amén.